
Poesía y muerte son dos asuntos que se entienden bien. Decía el filósofo José Blanco Regueira que escribir es una manera de alentar la muerte, una forma de agonizar. Ya que la poesía es la suma de la escritura, escritura llevada a su límite último, quizá la poesía sea una muerte máxima, y la trayectoria de un poeta, una silenciosa muerte lenta.
Es por eso que, cuando un poeta muere, algo cimbra, algo de trascendental y misteriosamente profundo trastoca. Ese trastocamiento se complejiza cuando es el propio poeta quien se da la muerte. Habría que preguntarse, ¿por qué una sensibilidad tan enorme como esa elige la consumación? ¿La muerte es la consumación de una sensibilidad? ¿El suicidio no concluye en una potenciación de una sensibilidad? ¿Qué nos dice el poeta que se suicida? ¿Su último y perpetuo silencio es también una última palabra, una que, por contraste, por aferramiento a la muerte, no muere nunca más?
El suicidio de un poeta es un enigma poético. Cuando es una mujer de quien se habla, ese enigma se abisma. Herederas de la primera suicida poeta de la historia, Safo —quien se dice que se arrojó al mar desde la roca de Léucade por causa de un amor no correspondido— no son pocas las que decidieron tal destino. Aquí, hacemos un repaso de poetas suicidas mujeres, quienes dejaran manifiesto anticipado en su poesía de la elección que habrían de tomar inevitablemente.
Alejandra Pizarnik (1936-1972)
La argentina llevó a lo largo de sus años una enorme vida interna. Quizá es quien mejor represente eso de que la poesía es una lenta agonía escrita. En cada uno de sus poemas hay algo que huele a muerte. Es posible que en su momento todos supieran de su destino final, y nadie mejor que la misma Pizarnik, quien tras dos intentos fallidos de suicidio, terminó con su vida ingiriendo 50 pastillas de barbitúricos.
explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome.
Alfonsina Storni (1892-1938)
Compatriota de la anterior, de una sensibilidad profundísima, a Storni le tocó luchar contra los dogmas sociales de la época, como se demuestra en su famoso poema “Tú me quieres blanca”. Terminó con su vida arrojándose al Mar de Plata, no sin antes haber mencionado que “La muerte debe ser la salvación”.
Oh mar, enorme mar, corazón fiero De ritmo desigual, corazón malo, Yo soy más blanda que ese pobre palo Que se pudre en tus ondas prisionero.
Sylvia Plath (1932-1963)
Una depresiva constante, que en su dilemas personales y morales (ese yugo que sentía por ser esposa y madre) cuestiona varios de los dogmas sociales que siguen en boga. Su suicidio también es famoso: cuando acaba de preparar el desayuno, abre la llave del gas y mete su cabeza en el horno.
Morir es un arte, como todo. Yo lo hago excepcionalmente bien. Tan bien, que parece un infierno. Tan bien, que parece de veras. Supongo que cabría hablar de vocación.
Anne Sexton (1928-1974)
La poeta estadounidense es casi una fotografía viva que retrata la unión entre poesía y muerte. Una serie de depresiones e intentos de suicidio llevó a Sexton a internarse en un hospital psiquiátrico, lugar en donde comienza a escribir poesía. Cuando decidió suicidarse, inhalando los gases del coche, se puso el abrigo de su madre.
Víctima del sueño norteamericano, lo único que deseaba era un pequeño trozo de vida: casarme, tener hijos. Creía que las visiones, los demonios, las pesadillas desaparecerían al confortarles suficiente amor.
Florbela Espanca (1894-1930)
La portuguesa se caracterizó por llevar una vida íntima tumultuosa y problemática. En su poesía convive el triunvirato: erotismo-muerte-vida. Ya diagnosticada de problemas mentales, intentó darse muerte en dos ocasiones. Finalmente lo hace el día de su cumpleaños, un 8 de diciembre, tras recibir un diagnóstico de cáncer pulmonar.
Y si un día voy a ser polvo, ceniza y nada Que sea mi noche una alborada, Que sepa perderme… para encontrarme…
Marina Tsvetaeva (1892-1941)
Aunque pertenecía a una familia de la alta burguesía, la vida de la rusa fue una procesión de desgracias: la asola la Revolución Rusa, confiscándole sus bienes; su marido desaparece; pierde a un hijo por falta de alimentación. Después de una temporada en París, regresa a Rusia en donde descubre que su hijo estaba en un campo de concentración y su esposo había sido fusilado. Finalmente, ella decide ahorcarse.
Toma, cariño, mis harapos que fueron un dulce cuerpo. Lo he destrozado, lo he gastado, sólo quedan las dos alas.
Amelia Roselli (1930-1996)
Seguramente una de las menos conocidas de esta lista. Sufrió un trauma temprano a causa de la muerte de su madre, lo que llevaría a la poeta italiana a transitar por hospitales psiquiátricos ingleses y suizos, los cuales le diagnosticaron esquizofrenia. En medio de una depresión, decide suicidarse lanzándose desde la ventana de su cuarto en Via del Corallo, Roma, un 11 de febrero, aniversario del suicido de Sylvia Plath.
Cuando tú partiste, yo me volví a contemplar en el vasto archipiélago que era mi mente tan severa, lógica, desesperada de tanto vacío: una batalla, dos, tres batallas perdidas.
Ana Cristina Cesar (1952-1983)
La extrovertida poeta brasileña llevó una vida literaria ligada a la Poesía Marginal, y su interés por la traducción literaria a mí me parece notable. Ella se suicida a los 31 años arrojándose desde el octavo piso de un departamento situado en Copacabana.
A punto de partir, ya sé que nuestros ojos sonreían para siempre en la distancia.
Teresa Wilms Montt (1893-1921)
De una belleza sorprendente, la chilena llevó una vida de película (porque, de hecho, hay una película sobre ella): escapa de un convento hacia Buenos Aires, en donde parece que la pretendía Vicente Huidobro. Más tarde prueba fortuna como enfermera durante la Primera Guerra Mundial, en Estados Unidos, aunque es confundida como espía y se le apresa. Después de un tiempo en España regresa a Chile, en donde se hunde en una profunda depresión que la llevará al suicidio, a los 28 años, por sobredosis de veronal.
Nací cien años antes que tú sin embargo te veo igual a mí. Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas.
Antonia Pozzi (1913-1938)
Personalmente, una de mis poetas favoritas de siempre. Pozzi tuvo una carrera literaria relativamente prolífica, a pesar de su temprana muerte (a los 25 años). La suya es una poesía llena de sacralidad, temple, devoción, contemplación y esa serenidad propia de una iglesia. Nunca se le dio reconocimiento en vida y sus poemas fueron publicados post mortem. Aunque su familia lo negó, parece que se suicidó, frente a la abadía de Chiaravalle.
Querría cavarme lentamente una fosa pensando en el ocaso dulcísimo […] colocándome sobre el corazón como flores muertas estas cansadas manos mías cerradas en cruz.
Fuentes:
https://www.codigonuevo.com/entretenimiento/poetas-suicidas-transmitiran-desolacion-puro
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Excelente reflexión en el primer párrafo. Hay veces que uno piensa que si al afilar la daga del lenguaje poético no está adelantando trabajo con sus algunas sensibilidades. Me guardo el artículo para visitar la obra de alguna de estas poetas. Un saludo y gracias por la aportación!
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¡Un saludo! Gracias a ti por pasarte a leer y dejar tu comentario.
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😌
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